Formación de las colecciones
La historia de la etnografía en Colombia no difiere mucho de la historia de la arqueología. Estas dos disciplinas son producto de determinadas corrientes que se desarrollaron de manera paralela en nuestro país. Sin embargo, el discurso sobre las comunidades vivas diferentes a las llamadas sociedades "civilizadas" implicó una determinada manera de mirar, pensar y relacionarse con el otro. Fue así como en un principio se pretendió conseguir la uniformidad cultural y lingüística tomando como base un modelo extranjero de vida que ofrecía "progreso y civilización".
Durante la mayor parte del siglo XIX, las comunidades indígenas fueron consideradas "salvajes", ubicadas, en el mejor de los casos, en zonas "semicivilizadas", y las comunidades afrocolombianas sufrieron, aún después de la abolición de la esclavitud, las consecuencias de fuertes prejuicios que las obligaron a trabajar en haciendas, a desplazarse a regiones periféricas o a unirse a grupos sociales más amplios. Aún así, con el reconocimiento y la valoración del mundo indígena surgidos a mediados del siglo XIX, se recolectaron las primeras piezas de carácter etnográfico.
En 1917, el Catálogo general del Museo de Bogotá publicado por su director Ernesto Restrepo Tirado, dedicó un tomo específico a la colección arqueológica y en él incluyó una sección denominada «Objetos indígenas contemporáneos», donde se destacan armas, tejidos, collares e instrumentos musicales provenientes del Magdalena, Darién, los LLanos, Guajira, Casanare y Caquetá.
Los procesos históricos que se dieron en la década de 1920 fuera y dentro del país, tales como la Revolución Mexicana, la constitución de nuevos grupos políticos y el movimiento encabezado por el indígena Manuel Quintín Lame en el Cauca, mostraron nuevos horizontes que permitieron modificar el discurso inicial de homogeneidad por el de identidad indoamericana y defensa de las comunidades indígenas. Reflejo de ello fue la Exposición Arqueológica y Etnográfica que realizó Gregorio Hernández de Alba en 1938, donde las piezas etnográficas fueron presentadas desde la perspectiva de función y tecnología. En el mismo año se inició el registro de piezas arqueológicas y etnográficas según el sistema de numeración y catalogación recomendado por el Instituto Etnológico de París.
En la década de 1940, se consolidó el interés por el estudio y apoyo a las comunidades indígenas, gracias a la fundación de los Institutos Indigenista y Etnológico Nacional -este último anexo a la Escuela Normal Superior-. Contando con la orientación de Paul Rivet, Gregorio Hernández de Alba y Justus Wolfran Schottelius, entre muchos otros profesores destacados, los pioneros Luis Duque Gómez, Edith Jiménez, Blanca Ochoa, Gerardo Reichel-Dolmatoff, Alicia Dussán, Roberto Pineda Giraldo, Virginia Gutiérrez de Pineda, Milcíades Chaves, Miguel Fornaguera, Eliécer Silva Celis, Henry Lehmann, Alberto Ceballos, José de Recasens, María Mallol de Recasens, Lothar Petersen y Anna Kipper realizaron expediciones que cubrieron gran parte del territorio nacional. Uno de los objetivos específicos fue recolectar piezas que, además de enriquecer de manera definitiva y excepcional las colecciones, dieran cuenta de la tecnología y de la cultura material de ese momento. Este paso fundamental permitió considerar las piezas etnográficas como "artefactos" y las despojó definitivamente de su significado de "reliquia, antigüedad, curiosidad u obra de arte indígena".
Los estudios etnográficos que se desarrollaron sacaron a la luz la gran diversidad de las comunidades indígenas, sus formas de organización sociocultural, tradición oral y vida religiosa; los objetos recolectados fueron testimonio elocuente de ello. De esta manera se reunieron y registraron cerca de cuatro mil piezas de diversa índole como cestería, vestidos, atuendos cotidianos y rituales, armas de cacería, plumería, instrumentos musicales, collares, cerámicas y herramientas que hoy conforman la colección etnográfica.
Durante las últimas décadas continúan desarrollándose múltiples estudios y las escuelas de pensamiento antropológico se reconocen en monografías que cubren la gran diversidad de los grupos existentes. Sin embargo, la recolección de la cultura material ha dejado de ser un objetivo fundamental y la adquisición de nuevas piezas es cada vez menor debido, entre otras causas, a nuevas técnicas de registro de información -tales como medios audiovisuales e investigaciones realizadas por y para la misma comunidad- que permiten otras formas de reseñar en contexto los objetos utilizados por las comunidades indígenas y afrocolombianas contemporáneas.
En junio de 1999 se fusionan en una nueva entidad el Instituto Colombiano de Antropología y el Instituto de Cultura Hispánica, y se crea así el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH, establecimiento público adscrito al Ministerio de Cultura con autonomía administrativa, científica y presupuestal.
La planta científica del ICANH está conformada por tres grupos: arqueología y patrimonio; antropología social e historia y un centro de estudios culturales. El instituto continúa a cargo de los parques arqueológicos nacionales.