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Cinco siglos de procesiones Con la conquista española llegó la evangelización, y con ella, las fiestas religiosas en honor a los santos de la Iglesia. Una de esa expresiones fue precisamente la de las
procesiones en las que el clero reprodujo los desfiles sacros realizados en España y que tuvieron gran acogida entre los indígenas, porque permitían visualizar lo sagrado a través de la imaginería.
Una de las primeras
referencias a la celebración de la Semana Santa en la capital caucana la hizo Juan de Castellanos en sus Elegías de varones ilustres de Indias,
cuando narró cómo en el año 1556 se planeó durante la Semana Santa una conspiración de rebeldes peruanos que fue finalmente sofocada. En 1558 Felipe II suscribió las cédulas reales que autorizaban las procesiones en Popayán. Sin embargo, la tradición tiene un fuerte contenido oral ya que no se han encontrado descripciones pormenorizadas de los siglos XVI y XVII, como sí sucede a partir del siglo XVIII.
Las procesiones de Semana Santa no han tenido una historia estática. Inicialmente participaban únicamente personas humildes que se encargaban de cargar en andas muy sencillas las imágenes traídas de España. No obstante, las
procesiones se fueron enriqueciendo debido a la prosperidad económica de la Gobernación de Popayán, cuya economía se basaba en la minería. De hecho, el sector minero impulsó la agricultura y el comercio y permitió a la élite
payanesa acceder a libros, pianos, obras de arte, mobiliario y objetos suntuarios para sus casas e imágenes con piedras preciosas y adornos de oro y plata, retablos, tallas, alhajas, coronas, adornos y piedras preciosas destinados
a templos, conventos y cofradías. |