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Un país hecho de fútbol

 

Domingos de radio

Por Eduardo Arias


De niño muy pocas veces fui al estadio. La pasión que siento por el fútbol la recibí de mis tíos, que habían vivido la fiebre el Eldorado y que además, a través de sus lecturas compulsivas de la revista El Gráfico, eran hinchas de Independiente y me convencieron de que me volviera hincha de Santa Fe. Eso fue en 1966, año en que el equipo saldría campeón, así que no fue nada difícil seguirles la corriente y consolidar mi amor por el Expreso Rojo.

De niño, me hice seguidor del fútbol gracias a los recreos del colegio en los que el fútbol era la actividad casi obligatoria. Pero también le debo gran parte de mi pasión al radio que tenía mi abuelo José Vicente en su mesa de noche. El rito familiar era almorzar los domingos en la casa de los abuelos en la calle 39 y por las tardes me recostaba en su cama para oír por radio la transmisión de los partidos de la fecha. Si Santa Fe jugaba de local, casi siempre oía Caracol básica. Si jugaba de visitante, oía a través de La Voz de Bogotá, de Todelar, la transmisión que hacía Alberto ‘el Patico’ Ríos García. Así fue durante muchos años. La mitad de los sesenta, toda la década de los 70, gran parte de los 80.

Eran tiempos muy distintos a los de hoy. Casi nunca transmitían partidos de fútbol colombiano por televisión, así que durante muchos años mi mirada del fútbol colombiano fue la de un ciego que debía imaginar en su mente los que ocurría en la cancha. El ánimo del locutor era el que le ponía el ritmo al partido. Si era de aquellos que les entusiasma hasta un saque lateral en la mitad de la cancha, uno imaginaba un partidazo. En mi mente los arqueros volaban de palo a palo 20 veces por partido y los equipos atacaban una y otra vez a velocidades vertiginosas.

Pero a veces los locutores relataban con pelos y señales el desastre que ocurría allá abajo. Despotricaban de los jugadores. Entonces los imaginaba parados, con la mirada perdida y triste, incapaces de hacer un pase de la manera correcta.
La publicidad, además, formaba parte integral del relato. En esa época no había jingles. Un locutor comercial se encargaba de leer las cuñas y estas se adaptaban casi siempre de manera perfecta al ritmo de la narración.

Como seguidor del Santa Fe en varios torneos de los años 70 y los 80 tuve que sufrir por radio esa última fecha en la que el equipo dependía de sí mismo y de tres resultados más en otros estadios para clasificar a la liguilla final. Se sufre mucho más por radio, donde todos los ataques prometen ser una jugada inminente de gol. A favor o en contra.

A medida que la radio se llenó de cuñas musicales dejé de oír partidos de fútbol por radio. Por esa misma razón también dejé de oír ciclismo.

Ahora que el fútbol se ve tan a menudo por televisión la radio perdió gran parte de su magia. Y lo mismo las locuciones tipo radio de quienes narran por televisión. Los excesos líricos y de decibeles del locutor, que antes hacían volar mi imaginación y cada domingo me trasladaban al mejor de los partidos posibles, ahora contrastan con lo que uno ve en la pantalla. Y muchas veces es tan distinto, tan diferente… Es como si la imagen se encargara de decirme que todo aquello que me narraron cuando niño casi siempre fue una gran mentira.

De todas maneras cuando aterrizo de vez en cuando en una transmisión de fútbol por radio se estremece una fibra que me lleva a esos muy lejanos tiempos en que las grandes estrellas del Santa Fe se llamaban Alfonso Cañón, Omar Lorenzo Devanni. Víctor Campaz y Carlos Alberto Pandolfi.

 

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